La típica configuración del pueblo latinoamericano comprende una plaza, una iglesia y una cancha de fútbol. En Argentina se complementan estos tres con un autódromo, ya que prácticamente cada pueblo o ciudad se enorgullece de tener al menos uno.
Muchos de ellos están en permanente estado de abandono y se puede decir que tienen un patrón arquitectónico común que es hacerlos sin ninguna planificación y con un exceso de hierro, chapa y alambrado. Son feos, horribles, espantosos, pero son parte del paisaje en el que crecimos.
Han sido justamente olvidados por el "arte" argentino, aunque recuerdo algunas persecuciones de películas de los superagentes Tiburón, Delfín y Mojarrita filmadas en las pistas. La mejor reivindicación llegó en la peli Historias Mínimas de Carlos Sorín, con escenas que transcurren es un desoladísimo autódromo patagónico. Mi amigo Ramiro Chaves me dijo, en algún atardecer mexicano, que le gustaría hacer un ensayo de fotos de autódromos argentinos y me pareció genial la propuesta, que recordé cuando encontré este autódromo de picadas/piques/arrancones de 1/4 de milla a un costado de la carretera Cartagena-Barranquilla.
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